Mamía Ceci llegó al mundo un 24 de abril de 1943, en un cálido rincón de un barrio tradicional de Quito. Fue la cuarta de los ocho hijos de Galo Arturo Andrade Salas y Dolores Beatriz Buitrón Sánchez, un hogar lleno de amor y tradiciones. Su llegada fue celebrada con alegría y marcó el inicio de una vida llena de significado y ternura.
En su niñez, cuando su padre fue trasladado por su labor militar a la Costa, Ceci, como la llamaban con cariño, permaneció bajo el cuidado amoroso de sus abuelitos Rafael Buitrón y Carmen Sánchez, quienes la rodearon de afecto y enseñanzas que marcarían su vida. Allí, en esos primeros años, nació su esencia cálida y alegre, que más tarde la uniría nuevamente a su familia en Salinas.
Al regresar a Quito, cursó sus estudios en el colegio Fernández Madrid, donde se destacó por su carisma y dedicación, graduándose como Secretaria Bilingüe. Su sonrisa era como un rayo de sol, siempre lista para iluminar cualquier rincón. Rodeada de amigas, risas y aventuras, conoció al amor de su vida, Hernán Galarza Silva, primo de una de sus grandes amigas y vecinas en el querido barrio de Las Casas. A sus 19 años, selló con él un amor que sería eterno, un amor que se convertiría en el eje de su vida.
Al año de matrimonio, mientras Hernán finalizaba sus estudios de medicina, llegaron las gemelas, Carmen y Consuelo. La familia creció en alegría y amor, y cuando se mudaron a Guaranda para cumplir con la rural, nació Janneth, seguida años después por Jaime.
Durante los años que vivió en Guaranda, Ceci no solo se convirtió en el corazón de su hogar, sino también en el alma de la comunidad. Su risa fácil, su chispa única y su capacidad para hacer amigos en cada rincón crearon un círculo de cariño que trascendía cualquier frontera. Organizó grupos de amigas para rezar, jugar, cantar y compartir la vida. Siempre estuvo allí con una palabra de consuelo, un gesto solidario y esa calidez humana que la hacía tan especial.
Su espíritu generoso la llevó a formar parte de las Damas de la Cruz Roja de Bolívar, y más tarde, ya de regreso en Quito, continuó su labor altruista en el Ropero Lola Villagómez y en el Comité de Damas Bolivarenses, desde donde tendió su mano a quienes más lo necesitaban en la provincia de Bolívar.
Como hermana, madre, suegra, abuela y bisabuela, Mamía Ceci fue incomparable. Su hogar era un refugio de amor, y su ternura no conocía límites. Cada risa compartida, cada juego con sus hijos, nietos y bisnieta, cada consejo sabio y cada abrazo lleno de consuelo quedaron grabados en los corazones de quienes tuvimos la dicha de llamarla familia.
El mediodía del 25 de diciembre, cuando el niño de Belén volvió a nacer, Mamía Ceci desplegó sus alas y partió. Nos dejó un vacío inmenso, pero también el regalo más grande: un legado de amor infinito, de unión familiar y de recuerdos imborrables. En el aire quedó su ternura intacta, como una caricia eterna que seguirá acompañándonos en cada latido.